03 diciembre 2020

JEAN PAUL
VIDA DEL RISUEÑO MAESTRILLO MARIA WUZ DE AUENTHAL




Pero al maestrillo de escuela todo esto le importaba bien poco. Se pasaba el día gozando de lo que le esperaba o de lo que ya tenía. «Antes de levantarme», se decía, «ya me regodeo pensando en el desayuno; durante toda la mañana, en el almuerzo, por la tarde, en la merienda, y por la noche, en la cena». Y tal era la jornada habitual del Alumnus Wuz. Se echaba un buen trago y pensaba: «A mi Wuz le ha sabido bueno», y se frotaba la barriga. Estornudaba y se decía: «¡Salud, Wuz!».

En los días helados y febriles de noviembre se regodeaba en la calleja pintándose el calor de la estufa y en medio de la absurda holganza de pensar que sólo cogiéndose las manos bajo la capa era ya como estar en casa. Sintiéndose las manos bajo la capa se sentía ya en casa. Y si el día era en exceso tormentoso y vendavalesco —hay días para nosotros, pobres bichos, en que la tierra entera es un caos y las incomodidades son como surtidores de agua burlescos, que nos salpican a cada paso y nos mojan—, entonces, el maestrillo era lo bastante chusco como para sentarse con tan mal tiempo, sin importarle nada un comino. Y no era resignación y entrega a lo inevitable, ni tampoco endurecimiento moral que ayuda a soportar lo no sentido, ni filosofía, que ayuda a digerir los malos tragos, o religión, que quita mérito a lo merecido; era el simple recuerdo de la cama caliente. «Esta noche», pensaba, «pase lo que pase, yo estaré en la cama, ya pueden pasarse el día mortificándome, pellizcándome, dándome prisas cuanto les guste, que yo hoy estaré tan calentito y bajo techado, apretando las narices tranquilamente contra la almohada, durante ocho horas enteras». Y cuando al final de la jornada de tales padecimientos se deslizaba dentro de su alto lecho, se revolvía en él, frotándose de las rodillas al ombligo y diciéndose: «¿Lo ves Wuz? Ya ha pasado todo».

Otro de los artículos de la fe wuzesca consistente en estar siempre contento era su segundo artículo de fe: levantarse siempre de buen humor. Y para ello se servía de un tercer sistema, que consistía en tratar de recordar algo agradable sucedido la víspera, y hacerlo extensible a la mañana en cuestión, ya se tratara de albóndigas asadas o de otras tantas páginas de los peligrosos azares de Robinsón, en el que encontraba mayor gusto que con el mismo Homero, o bien pájaros jóvenes, plantas verdes, en los que observaba al amanecer lo crecidas que estaban plumas y hojas.

El tercer artículo, y quizá el más meditado de su arte de estar siempre contento, lo elaboró cuando estaba en la Sekunda: se había enamorado.

[...]

¿Por qué será que los cielos han dejado caer justamente en la juventud el lustrum del amor? Quizá sea debido a que en la época en que se tose en escuelas, escritorios y otros cuchitriles tóxicos, tales sitios son propicios a tal estado. Es entonces cuando el amor se alza, cual arbusto repentinamente florecido, junto a las ventanas de aquellas salas de tortura, mostrando entre sombras vacilantes la gran primavera exterior. Él y yo, señor Prefecto, y ustedes también, meritorios domésticos del Alumneum, vamos a apostar todos juntos a que ustedes le pongan al risueño Wuz un cilicio (a fin de cuentas, ya lleva uno), a que le vayan a hacer girar la rueda de Ixión, cargar con la roca de Sísifo y hasta el carretón del hijo de ustedes y le vayan a dejar medio muerto de hambre y palos y, por mor de la mísera apuesta crontraída (que no pensé tuvieran ánimo de contraer), se dará al diablo por hacerle la vida imposible; pero Wuz seguirá siendo Wuz y seguirá regalándose con sus escasos goces risueños del alma, ¡y eso en medio de horribles jornadas!

 

JEAN PAUL
Vida del risueño maestrillo Maria Wuz de Auenthal
(Leben des vergnügten Schulmeisterlein Maria Wutz in Auenthal)

Traducción de José Miguel Mínguez Sender
 
 

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