26 enero 2012

PRAGA MÁGICA: EL CASTILLO, LA CALLEJUELA DE ORO



Como la ciudad del Moldau, este libro se verá señoreado por la silueta de Hradčany, la roca, la dominante de la cuenca praguense. En Hradčany (...) se eleva la catedral gótica de San Vito, con sus arcos rampantes, con las lenguas de llamas de sus acuchillados pináculos, con sus ventanas ojivales, con las muecas burlonas de sus arcaduces.

(...) mana siempre un soplo misterioso, ambiguo, es decir, praguesco, como si tropeles de demonios tentadores se mezclaran allí con generaciones de santos. Los arcaduces se fundían siempre, en mi fantasía, con las larvas grotescas e inquietantes de la literatura praguense. Varias cosas puntiagudas compadrean en el cielo de la capital bohemia: atraviesan su costado, con sus agujas, la catedral, el soberbio beffroi del Ayuntamiento de la Ciudad Vieja, la Puerta de las Cenizas, las torres de la iglesia de Týn, las hidráulicas, las del Puente Carlos y muchas más. No es casual que Nezval compare las torres, en la claridad nocturna, con una "reunión de nigromantes".


Pegada a los muros del Castillo, por encima del Foso de los Ciervos, como "un espaldar de casas-juguete enganchadas", se abre la Callejuela de Oro, antiguo barrio de tenderos, artesanos y orfebres; y según la leyenda, de alquimistas. En su número 22 vivió Franz Kafka.



La tradición reza que, en tiempos de Rodolfo II, los alquimistas vivían en las minúsculas casuchas de la Callejuela de Oro ... , una liliputiana callecilla onírica en la periferia del suntuoso Castillo. Meyrink, quien, según Max Brod, buscaba también la Piedra Filosofal, así la describe: "Una estrecha, tortuosa callejuela con ballesteras, un rastro de caracol, de una anchura apenas suficiente para dejar pasar los hombros - y he aquí que me encontré delante de una fila de casuchas, ninguna más alta que yo. Extendiendo los brazos, podía tocar sus tejados. Había llegado a la Calle de los Alquimistas, donde en la Edad Media los adeptos habían encandecido la Piedra Filosofal y envenenado los rayos lunares". Y Oskar Wiener: "Es una calle realmente muy alegre, como construida con las piezas de una casa de juguetes. Las multicolores casitas de muñecas, la más grande de las cuales no mide más de cuatro pasos al cuadrado, están pegadas a la muralla que rodea el Foso de los Ciervos. En el maravilloso callejón ciego vive aún pobre gente, pero las minúsculas habitaciones, cada una de las cuales constituye toda una casa, se mantienen escrupulosamente limpias, y en las ventanas, nunca más de dos, florecen pelargonios y claveles".

La leyenda cuenta que el sospechoso Rodolfo custodiaba con áspera vigilancia a sus melenudos alquimistas de la Callejuela de Oro. Cada uno tenía como residencia y como laboratorio una de aquellas casas de muñecas y, encerrado allí dentro, tenía que entregarse, sin tregua, a las transmutaciones. Un lansquenete con alabarda paseaba arriba y abajo, de noche y de día, por la callejuela. En cierta ocasión, embriagados por el sol de oro que lucía en el cielo y por el canto de los primeros pájaros de primavera que construían sus nidos en los muros, algunos de estos charlatanes pidieron a voz en grito salir de paseo por el Foso de los Ciervos. Pero en el Foso cazaban los nobles amigos del emperador, y no se podía permitir que los toscos alquimistas se entremezclaran con tan selecta brigada. Como protesta por la negativa, los Wundermänner se arrancaron las barbas asirias, destrozaron las retortas, los matraces y los sopletes, lo arrojaron todo al Foso encima de los cazadores y se declararon en huelga: no volvería un solo grano de oro a la corte. Entonces, Rodolfo decidió contentarlos a su manera: les hizo conducir al Foso y mandó que se les encerrara en jaulas de hierro colgadas de los abetos, donde murireron de hambre, miserablemente.

Angelo Maria Ripellino, Praga mágica
Traducción de Marisol Rodríguez

Antonín Slavíček, Zlatá ulička (La Callejuela de Oro,1906)

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