¡Sólo ahora uno comprende de verdad y siente por completo cuánto hemos avanzado en diez años!
Tomemos cualquier aspecto de nuestra vida y en todos veremos un desarrollo pleno y un éxito feliz.
Yo, amigos míos, como ex trabajador del ramo del transporte, veo muy a las claras qué hemos conseguido, por ejemplo, también en este frente harto decisivo.
Los trenes van hacia adelante y hacia atrás. Se han quitado las traviesas podridas. Se han restablecido los semáforos. Los silbatos silban como es debido. En una palabra, viajar resulta agradable y placentero.
¡¿Y antes!? ¡Lo que no pasaba en el año dieciocho! Sucedía que ibas de viaje, dale que te pego, cuando de pronto se producía una parada total. Y el maquinista, o sea, grita desde la cabeza del convoy en el sentido de venid aquí, muchachos.
De manera que se reúnen los pasajeros.
El maquinista va y les dice:
-Esto y lo otro. No puedo seguir, hermanos, por causa del combustible. Y si alguno de vosotros tiene interés en proseguir viaje, ya puede ir bajando de los vagones y arreando a por leña.
Y bien, los pasajeros, después de discutir y de gruñir un poco, o séase, de dónde han salido estas nuevas normas, a fin de cuentas se van al bosque y se ponen a serrar y a cortar leña.
Se sierran su buen quintal de madera y siguen viaje. Y como la leña, por supuesto, está verde, y al quemar silba y rebufa, se viaja muy mal.
Pero recuerdo un caso, allá por el año diecinueve. Viajábamos así, pobremente, hacia Leningrado. Y de pronto nos sobreviene una parada brusca en medio del camino. Y seguidamente, marcha atrás y otra parada.
Y entonces los pasajeros preguntan:
-¿A qué ha venido esta parada y para qué todo este rato de marcha atrás? ¿O, Dios no lo quiera, otra vez hemos de ir a por leña y el maquinista está buscando un bosque de abedules? ¿O es que asistimos al aumento de la criminalidad?
A lo que el ayudante del maquinista dice:
-Eso y lo de más allá. Se ha producido una desgracia. El viento le ha arrancado el gorro al maquinista y éste se ha marchado a buscarlo.
Bajaron los pasajeros del convoy y se dispusieron en el talud.
Y de pronto ven al maquinista que regresa del bosque. Se le ve triste. Pálido. Y va encongiéndose de hombros.
-No está. No lo he encontrado. El diablo sabe dónde habrá ido a parar.
Y dieron marcha atrás otros quinientos metros. Todos los pasajeros se dividieron en grupos y se pusieron a buscar.
Al cabo de unos veinte minutos cierto traficante gritó:
-Ey, patanes, venid aquí. Allá la tenéis.
En eso que vemos que, en efecto, el gorro del maquinista está enganchado a un arbusto.
El maquinista se puso su gorro, se lo ató a un botón con un cordel para que no se le volviera a volar y se puso a darle vapor a la locomotora...
De manera que al cabo de media hora nos pusimos en marcha felizmente.
Pues eso digo yo. Antes el transporte tenía muchos problemas.
Ahora, en cambio, no el gorro, sino un pasajero puede salir volando y, en este caso, la parada no superará un minuto.
Porque el tiempo anda caro. Y hay que seguir viaje.
(1927)
Mijaíl Zóschenko, 'El gorro'
De Matrimonio por interés y otros relatos (1923-1955)
Traducción de Ricardo San Vicente
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