13 noviembre 2015

A LOST LADY


With her approval the Captain began his narrative: a concise account of how he came West a young boy, after serving in the Civil War, and took a job as driver for a freighting company that carried supplies across the plains from Nebraska City to Cherry Creek, as Denver was then called. The freighters, after embarking in that sea of grass six hundred miles in width, lost all count of the days of the week and the month. One day was like another, and all were glorious; good hunting, plenty of antelope and buffalo, boundless sunny sky, boundless plains of waving grass, long fresh-water lagoons yellow with lagoon flowers, where the bison in their periodic migrations stopped to drink and bathe and wallow.

'An ideal life for a young man,' the Captain pronounced. Once, when he was driven out of the trail by a wash-out, he rode south on his horse to explore, and found an Indian encampment near the Sweet Water, on this very hill where his house now stood. He was, he said, 'greatly taken with the location,' and made up his mind that he would one day have a house there. He cut down a young willow tree and drove the stake into the ground to mark the spot where he wished to build. He went away and did not come back for many years; he was helping to lay the first railroad across the plains.

'There were those that were dependent on me,' he said. 'I had sickness to contend with, and responsibilities. But in all those years I expect there was hardly a day passed that I did not remember the Sweet Water and this hill. When I came here a young man, I had planned it in my mind, pretty much as it is today; where I would dig my well, and where I would plant my grove and my orchard. I planned to build a house that my friends could come to, with a wife like Mrs. Forrester to make it attractive to them. I used to promise myself that some day I would manage it.' This part of the story the Captain told not with embarrassment, but with reserve, choosing his words slowly, absently cracking English walnuts with his strong fingers and heaping a little hoard of kernels beside his plate. His friends understood that he was referring to his first marriage, to the poor invalid wife who had never been happy and who had kept his nose to the grindstone.

'When things looked most discouraging,' he went on, 'I came back here once and bought the place from the railroad company. They took my note. I found my willow stake - it had rooted and grown into a tree - and I planted three more to mark the corners of my house. Twelve years later Mrs. Forrester came here with me, shortly after our marriage, and we built our house.' Captain Forrester puffed from time to time, but his clear account commanded attention. Something in the way he uttered his unornamented phrases gave them the impressiveness of inscriptions cut in stone.

Mrs. Forrester nodded at him from her end of the table. 'And now, tell us your philosophy of life - this is where it comes in,' she laughed teasingly.

The Captain coughed and looked abashed. 'I was intending to omit that tonight. Some of our guests have already heard it.'

'No, no. It belongs at the end of the story, and if some of us have heard it, we can hear it again. Go on!'

'Well, then, my philosophy is that what you think of and plan for day by day, in spite of yourself, so to speak - you will get. You will get it more or less. That is, unless you are one of the people who get nothing in this world. There are such people. I have lived too much in mining works and construction camps not to know that.' He paused as if, though this was too dark a chapter to be gone into, it must have its place, its moment of silent recognition. 'If you are not one of those, Constance and Niel, you will accomplish what you dream of most.'

'And why? That's the interesting part of it,' his wife prompted him.

'Because,' he roused himself from his abstraction and looked about at the company, 'because a thing that is dreamed of in the way I mean, is already an accomplished fact. All our great West has been developed from such dreams; the homesteader's and the prospector's and the contractor's. We dreamed the railroads across the mountains, just as I dreamed my place on the Sweet Water. All these things will be everyday facts to the coming generation, but to us -' Captain Forrester ended with a sort of grunt. Something forbidding had come into his voice, the lonely, defiant note that is so often heard in the voices of old Indians.


Con la aprobación de ella, el capitán dio comienzo a su narración: un relato conciso de cómo llegó al oeste siendo muchacho, tras servir en la Guerra Civil, y tomó empleo de conductor en una compañía de transporte que llevaba abastecimientos a través de las llanuras desde Nebraska City hasta Cherry Creek, como entonces se conocía a Denver. Los transportistas, después de embarcarse en aquel mar de hierba de seiscientas millas de ancho, perdían toda cuenta de los días de la semana y el mes. Un día era como otro, y todos eran gloriosos; buena caza, antílope y búfalo en abundancia, un cielo soleado sin límites, llanuras sin límite de hierba ondulante, grandes lagunas de agua fresca, amarillas por las flores de laguna, donde el bisonte en sus migraciones periódicas se detenía a beber y bañarse y revolcarse.

-Una vida ideal para un joven -declaró el capitán.

Una vez, cuando una erosión causada por la lluvia le obligó a desviarse de la ruta, se dirigió hacia el sur en su caballo para explorar, y descubrió un campamento indio cerca de Sweet Water, en esta misma colina donde se alzaba ahora su casa. Se sintió, dijo, "muy atraído por el lugar", y resolvió que algún día tendría una casa allí. Taló un joven sauce y clavó la estaca en el suelo para marcar el sitio donde deseaba construir. Se marchó y no regresó en muchos años; estaba ayudando a tender el primer ferrocarril a través de las llanuras.

-Había algunas personas que dependían de mí -continuó-. Tuve que hacer frente a la enfermedad, y a las responsabilidades. Pero en todos esos años creo que apenas pasó un día sin que me acordara de Sweet Water, y de esta colina. Cuando llegué aquí de joven, lo había planeado en el pensamiento, muy semejante a como es ahora; dónde cavaría mi pozo, y dónde plantaría mi arboleda y mi huerto. Planeé construir una casa a la que mis amigos pudieran venir, con una esposa como Mrs. Forrester que se la hiciera atractiva. Solía prometerme que algún día lo llevaría a cabo.

Esta parte de la historia la contó el capitán no con turbación, sino con reserva, escogiendo lentamente las palabras, cachando abstraído con sus fuertes dedos nueces inglesas y amontonando una pequeña provisión de semillas junto al plato. Sus amigos comprendieron que aludía a su primer matrimonio, a la pobre esposa inválida que nunca había sido feliz y que le había hecho batir el yunque.

-Cuando las cosas parecían más desalentadoras -continuó-, regresé aquí una vez y compré el lugar a la compañía de ferrocarril. Aceptaron mi dinero. Encontré mi estaca de sauce... había echado raíces y se había convertido en árbol... y planté tres más para señalar las esquinas de mi casa. Doce años después Mrs. Forrester vino aquí conmigo, poco después de nuestro matrimonio, y construimos nuestra casa.

El capitán Forrester jadeaba de vez en cuando, pero su claro relato se ganaba la atención. Algo en la manera en que pronunciaba sus frases sin adorno les daba la calidad de inscripciones talladas en piedra.

Mrs. Forrester le hizo un gesto de asentimiento desde el otro extremo de la mesa.

-Y ahora, cuéntanos tu filosofía de la vida... este es el momento en que aparece -rió burlonamente.

El capitán tosió y pareció avergonzarse.

-Quería omitirlo esta noche. Algunos de nuestros invitados lo han escuchado ya.

-No, no. Pertenece al final de la historia, y si algunos lo hemos escuchado, podemos escucharlo de nuevo. ¡Continúa!

-Bien, entonces, mi filosofía es que aquello en lo que piensas y planeas día tras día, a pesar de ti mismo, por decirlo así... lo obtendrás. Lo obtendrás más o menos. Es decir, a menos que seas uno de los que no obtienen nada en este mundo. Hay gente así. He vivido demasiado en excavaciones mineras y campamentos de obra para no saberlo -se detuvo como si, aunque este fuera un capítulo demasiado oscuro para entrar en él, debiera tener su lugar, su instante de silencioso reconocimiento-. Si no sois uno de esos, Constance y Niel, lograréis aquello con lo que más soñáis.

-¿Y por qué? Esa es la parte interesante -le incitó su mujer.

-Porque -salió de su ensimismamiento y miró en torno, a sus invitados-, porque algo que se sueña de la manera a que me refiero, es ya un hecho consumado. Todo nuestro gran oeste se ha desarrollado a partir de tales sueños; el del granjero y el minero y el contratista. Hemos soñado con los ferrocarriles a través de las montañas, lo mismo que yo soñé con mi lugar sobre Sweet Water. Todas estas cosas serán hechos corrientes para la generación venidera, pero para nosotros... -el capitán Forrester terminó con una especie de gruñido. Algo severo se había añadido a su voz, la nota solitaria, desafiante que tan a menudo se escucha en las voces de los indios ancianos.

Willa Cather, A Lost Lady
Traducción de Alan

0 comentarios: