A LA MESA
Toda la familia, unos dieciséis miembros, estaba sentada a la mesa. Junto a la anfitriona había una silla vacía. Miró a su esposo, en la otra punta:
–¿Has llamado a Chimo?
–Está encerrado en su cuarto. No quiere salir.
La mujer se levantó. Corrió, guardando la calma, hasta el pasillo y se detuvo ante una puerta.
Luego se la oyó decir:
–La cena está en la mesa. Están tus abuelos, tus tíos, tus primas. Solo faltas tú.
La puerta se abrió y asomó el pescuezo de un saurio, girándose.
El predador se arrastró hasta su silla, tomó impulso y se acomodó. Se agarró con las patas delanteras al borde y dejó las fauces sobre la mesa.
Frente a él había una niña pecosa que llevaba puesto un corrector dental. Le miró con ternura, sonrió y dijo:
–¡Feliz Navidaz, Zimo!
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