26 mayo 2015

EL AGUA MUDA




-Es cierto -dijo Liska, apodado El Rebuznador, ese hombrecillo de las aguas del humedal de Zavokrc-, ¡y qué agua aquella! Podías cortarla como mantequilla, o hacer pelotas con ella, o hilarla para hacer hilos, y hasta hacer cuerdas con ella; era como el acero, y como el lino, y como el cristal, y como la pluma, y era espesa como la crema de nata, y fuerte como el roble, y abrigaba como un abrigo de pieles. Todo estaba hecho de agua. ¡Un agua así, queridos amigos, no queda ya ni en América, qué va! -y el viejo Liska se desahogó escupiendo, y donde dio se formó una profunda poza.

-Efectivamente -dijo Kreuzmann pensativo-, entonces había un agua maravillosa, pero estaba aún, ¿cómo lo diría?, totalmente muda.

-¿Cómo es eso? -se extrañó Zelinka, que no era tan viejo como los demás.

-Cierto, estaba muda -dijo Liska, El Rebuznador-. No tenía voz alguna. Aún no sabía hablar. Era tan silenciosa y muda como lo es ahora cuando hiela, o como cuando cae la nieve y es medianoche, y no se mueve nada; entonces hay tal silencio, un silencio tan silencioso que hasta sientes zozobra, y sacas la cabeza del agua y escuchas, y entonces se te encoge el corazón con tan terrible silencio. En aquel tiempo, cuando el agua aún era muda, existía esta clase de silencio.




-¿Y cómo es -preguntó Zelinka que tenía sólo siete mil años-, cómo es que ya no está muda?

-Eso ocurrió de la siguiente manera -dijo Liska-. A mí me lo contó mi bisabuelo, y decía que hacía de ello un millón de años. Vivía entonces un hombrecillo de las aguas, ahora no me viene a la memoria cómo se llamaba. Junquillo, no. Junquillo no, Minarik tampoco, Hampel, Hampel tampoco, Pavlasek tampoco, ¡córcholis!, ¿cómo se llamaría?

-Arión -dijo Kreuzmann.

-Arión -asintió Liska-. Lo tenía en la punta de la lengua. Arión se llamaba. Y ese Arión tenía un extraño don, cierta capacidad que le había dado el Señor, ya sabéis, algo así como talento, ¿entendéis? Sabía hablar y cantar tan hermosamente que, cuando él cantaba, a uno lo mismo le hacía saltar el corazón de alegría, como le hacía llorar. Era esa clase de músico.

-Un poeta -corrigió Kulda.

-Músico o poeta -dijo Liska-, lo importante es que sabía hacerlo. Decía el bisabuelo que, cuando él cantaba, todos se echaban a llorar. Tenía el tal Arión un gran dolor en el corazón. Nadie sabe cuál. Nadie sabe qué le había pasado tan terrible. Pero tenía que ser un gran dolor, si cantaba tan bella y tristemente. Y de tal modo cantaba y se lamentaba bajo el agua que cada gotita temblaba como si fuera una lágrima. Y en cada gotita quedó prendido algo de su canto cuando ese canto se abría camino por entre las aguas. En cada gotita quedó un poco de su voz. Y debido a ello el agua ya no está muda. Por ello tintinea, susurra y murmura, borbota y brama, chapotea, resuena, ulula, gimotea y plañe, truena, grita, chilla y ruge, solloza y suspira, y se ríe, como si tocara un arpa de plata, vibra como una balalaica, canta como un órgano, resopla como un cuerno de caza y habla como una persona alegre o apenada. Desde entonces el agua habla todas las lenguas que hay en el mundo y dice cosas que ya nadie entiende de lo extrañas y hermosas que son. Y quienes menos las entienden son los hombres. No obstante, hasta que no llegó Arión y enseñó a cantar al agua, ésta estaba tan muda como mudo es el cielo.


Karel Čapek, Nueve cuentos y uno de propina de Josef Čapek
Traducción de Jitka Mlejnkova y Alberto Ortiz
Ilustraciones de Josef Čapek

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