AVENIDA
Bajé del autobús y eché a andar avenida arriba. En ese momento se encendieron las luces de la calle. Los árboles, revestidos con su adorno, parecían cubiertos de nieve, y en lo alto se destacaba, como una proa, el chaflán conocido, recortándose contra un cielo de un azul, a medida que anochecía, más intenso.
Había un sabor a humedad y lumbre. El tráfico iba diluyéndose, de modo que podía oírse el ruido de los coches deslizándose por la reluciente calzada. Todo tenía un aire nuevo y nítido, como lavado por la lluvia y el viento.
Horas después, emprendí el camino de regreso. Empezaba a amanecer. Una nieve abundante, más lenta que la lluvia, descendía sobre los edificios y la calle desierta, dándole a todo un aspecto fantástico. Entonces vi una fachada en la que no había reparado antes, casi tan blanca como la nieve, y en su centro se abría un gran rosetón de piedra, como una antigua vidriera.
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