22 marzo 2019

EN LAS ROCAS
INVENCIÓN



—Al principio no se ve la charca. Por qué es así no lo sé, quizá es el tiempo que nos conceden. Está detrás de los lavaderos, a una hora de camino. Cuando pasen unos días, la notará muy cerca, empezará por escucharla. Ninguna senda conduce allí, de modo que es el lugar de reunión preferido por los muchachos, y el único que pueden llamar suyo. Lo primero que se distingue desde el camino es la casa de ventanas rojas, sobre un promontorio de rocas ásperas, irregulares. La casa es alargada y baja, como un brazo de piedra, y su color recuerda un poco el color de la piel. Luego la carretera desciende, en un giro, y la casa desaparece. Al salir de la revuelta, vuelve a surgir poco a poco, y a sus pies se ve un lago, rodeado de sombra y cañas, de un agua tranquila. Hay que dejar el coche y subir un estrecho paso que circunda la roca. Según se asciende, se siente el olor de los pinos, del otro lado, y se escucha ladrar a los perros, de modo que cuando uno llega arriba, siempre hay alguien en la entrada, mirando a ver quién se acerca.

Texto de Alan









Atrio de San Juan de los Reyes, Toledo
Fotos de Alan

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18 marzo 2019

LAURA
MEDIODÏA

De repente, muy lejos,
sus cabellos dorados
se enredaban ligeros
con las ramas del patio.


La aldea surgió sobre una alta llanura, entre pinares, majuelos y herrenes. Nunca había estado en primavera. Los brotes de trigo brillaban en manchas de sol, en el aire frío, con un verde intenso. Más tarde se recortó la silueta de las casas de adobe, con sus tejas rojas, y alzándose sobre ellas, las torres de la iglesia y el depósito.

El coche cruzó la casa de sillares amarillos, en las afueras del pueblo, donde el antiguo médico había vivido con sus dos pequeñas hijas. Julia era ahora una muchacha hermosa, morena, delgada. Oí decir que Laura, su hermana menor, convalecía tras una grave enfermedad.

Guardaba el recuerdo de su cabeza rubia y su torso menudo alzándose graciosos sobre ágiles piernas; el rasgo que revela en la joven a la niña que ha sido. Los ojos claros, rasgados, y la boca delgada, le daban al rostro infantil una expresión de dureza, hasta que, con alguien mirando a través de ellos, sonreía. Su piel hacía surgir en la imaginación una tela fresca, de trama y urdimbre invisibles, extendida y vuelta en pliegues.

A la mañana siguiente, la vi junto a una ventana, en las habitaciones de arriba; o más bien sus dos ojos verdes, rasgados.

–¿Eres Laura, verdad? –la llamé.

Se apartó, con un movimiento brusco.

Luego de un rato, asomó la cabeza y respondió con voz ronca:

–¿Piensas estar ahí todo el día?

–Sí –dije, riendo–, ¿te molesta?

–Ven más tarde, cuando mi hermana regrese, pero ahora márchate y no me mires más.

–Abre la ventana. Escucha. Si no puedes bajar, escalaré los sillares.

A menudo habíamos trepado por allí de niños, hasta el despacho del médico, en la planta baja.

–Mi hermana vendrá enseguida, no lo hagas, por favor. ¡Es muy peligroso! –y lanzó un grito apagado al verme iniciar el ascenso.

Sin dificultades, alcancé la primera planta; pero entonces se oyó un nuevo grito, más agudo, y a continuación un golpe. Perdí el equilibrio y caí. Noté una punzada en la clavícula izquierda. No me importó y volví a subir con gran esfuerzo. A punto estuve de caer nuevamente cuando llegaba a la pequeña ventana. Di un salto y entré en la habitación. Cerca había una silla volcada. Apoyada en una mesa, Laura procuraba mantenerse en pie, inmóvil y jadeante. Cayó al suelo. La recogí inmediatamente y la conduje hasta la cama.

¡Era tan hermosa! ¿Cómo había podido hacer aquello? Las manos me temblaban al llevarla, y parecía que aquel peso tan ligero se me fuera a caer. No podía o no quiso abrir los ojos; pero yo me sentía invadido por el ritmo de su respiración, la notaba despierta y viva. Su cuerpo era pequeño, tenía el cabello corto y un aire enérgico de muchacha.

Algunos años después, Laura murió. Julia cerró aquellas habitaciones y ocupó las del piso bajo. Pensaba marcharse pronto. Supe que algunas tardes paseaba hasta el cementerio. Fui allí y la esperé.

Al darse vuelta, sus facciones mostraron algo del aire cambiante que guardaba en la memoria. Nuestros pensamientos se cruzaron en idéntica dirección, y así regresamos un trecho juntos hasta nuestras casas.

Texto de Alan



Raoul Dufy
La fenêtre ouverte, Nice

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16 marzo 2019

S. L.
AVENTURA

La junta era a las ocho. El conserje terminó de colocar un vaso, una botellita de agua y un ejemplar de la memoria anual delante de cada asiento. Luego se sentó en la butaca del presidente, y se quedó dormido.

Dieron las ocho y media. La sala estaba en penumbra. Entró un viejecito encorvado y fibroso, sin mirar, y ocupó su sitio en el otro extremo de la mesa. Además de secretario, era uno de los vocales, y uno de los miembros más jóvenes de la directiva.

Se puso a revisar la memoria. Como no veía más que letras y números, y apenas quedaba luz, pareció cansarse pronto. Levantó la cabeza, y dirigiéndose al bulto inmóvil en la butaca del presidente, preguntó:

–¿Aún no ha llegado nadie? Seguro que este año también vendrá alguno menos.

No obtuvo respuesta. Iba a añadir algo, pero se calló al escuchar un ronquido proveniente del otro extremo.

El vocal meneó la cabeza. De las antiguas sucursales, quedaba solo una, en algún lugar del Pacífico, y al frente de ella estaba un joven al que no recordaban y del que no habían tenido noticias desde hacía más de un año. En ese punto, el vocal empezó también a roncar.

Dieron las nueve. Sonaron unos pasos breves y enérgicos en el pasillo, y el conserje parpadeó. La puerta se abrió y apareció la silueta de una mujer.

–¿Por qué no dan la luz?

Las dos grandes lámparas de brazo que había a un extremo y otro de la sala de juntas se iluminaron de golpe. La joven se acercó a la mesa. Llevaba un abrigo verde y un gorro de lana, del que salía una larga melena negra.

–Disculpen el retraso –empezó a decir, quitándose el gorro–. Soy la nieta del presidente. Acaban de ingresar a mi abuelo.

Luego, al ver al conserje en la butaca de su abuelo, y al vocal dormido, añadió:

–¿Aún no han comenzado? ¿Solo están ustedes dos?

Texto de Alan


John O'Connor
Evening on Ludgate Hill

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15 marzo 2019

MIRANDO AL FUTURO
FREEMAN DYSON


Santiago Rusiñol
Patio de la alberca


Los libros de divulgación científica a menudo comienzan con una anécdota de algún filósofo antiguo, o bien con un pasaje de Lewis Carroll, o H. G. Wells. En Mundos del futuro (Imagined Worlds), Freeman Dyson echa mano de su memoria:


Onkel Bruno era el tío de mi esposa, un médico rural que vivía en una gran casa de un pueblo de Alemania. Heredó la casa, junto con la práctica médica, de su padre, y permaneció en ella toda la vida. Durante aquel tiempo, Alemania estuvo gobernada por potentados de diversa índole, imperiales, republicanos, nacionalsocialistas y comunistas. Al igual que el vicario de Bray, Onkel Bruno hizo las paces con cualquier partido que estuviera en el poder y siguió adelante con su profesión. Lo visité en su casa hacia el final de su vida, cuando era ciudadano de la República Democrática Alemana. No expresó ningún entusiasmo por la sociedad comunista en que vivía, pero estaba agradecido a los comunistas porque lo dejaban en paz.

Su casa y su jardín magníficos eran el orgullo y la alegría de los últimos años de su vida. Mientras yo admiraba el gran roble que se encontraba frente a su casa, Onkel Bruno me dijo en un tono desapasionado: ‘Este árbol tendrá que talarse; ya ha pasado la plenitud de su vida’. Por lo que yo podía ver, el árbol estaba sano y no mostraba signo alguno de caída inminente. Le pregunté cómo podía atreverse a cortarlo. Me contestó: ‘Por consideración a los nietos. Este árbol durará mi época, pero no sobrevivirá a la suya. Plantaré un árbol del que gozarán cuando sean tan viejos como yo lo soy ahora’. Esperaba que sus nietos heredaran su profesión y que vivieran su vida en su casa. Así era costumbre en el mundo que conocía. Los gobiernos vienen y van, pero la familia resiste. Uno vive para sus hijos y para sus nietos. Los horizontes son largos, y es normal y natural mirar cien años hacia el futuro, el tiempo que un roble tarda en crecer.

Cuando yo era estudiante en Cambridge, Inglaterra, mi facultad tomó una decisión similar. El camino que conduce al Trinity College por el lado del río atravesaba una magnífica avenida de olmos plantados en el siglo XVIII. Los olmos todavía eran hermosos, pero habían pasado la flor de la vida. La facultad decidió, como Onkel Bruno, sacrificar el presente para el bien del futuro. La avenida fue talada y sustituida por dos hileras de larguiruchos arbolillos. Ahora, cincuenta años después, los arbolillos están creciendo hacia la madurez. La avenida vuelve a ser hermosa, y crecerá hasta la altura máxima de los árboles para cuando el siglo XXI termine. El Trinity College ha sido un gran centro de enseñanza desde su fundación en el siglo XVI, y pretende seguir siendo un gran centro de enseñanza en el siglo XXI.


En los párrafos siguientes, Freeman Dyson contrasta esta visión del futuro y la que observa entre los participantes de una reunión en Eslovenia, en 1995, el Forum de Alta Tecnología Este-Oeste:


Muchas personas vinieron de Rusia y de Europa Oriental, y un número igual de América y de Europa Occidental. Todos ellos tenían éxito y esperaban seguir teniéndolo. Vivían a todo tren. Los orientales representaban la nueva ola de ejecutivos de negocios que resurgía de las cenizas de las viejas sociedades comunistas; los occidentales representaban a empresas con la vista puesta en el futuro y que se desplazaban hacia los mercados del Este que se acababan de abrir. Los dos bandos compartían algunas premisas básicas: creían encontrarse en la cresta de la ola de la historia; creían que el futuro de la economía de libre mercado era inevitable y que ellos estaban ayudando a conseguirlo; y sus horizontes eran a corto plazo.

En el mundo de la información al que pertenecen, cinco años es mucho tiempo; las fortunas se ganan y se pierden en uno o dos años. No tiene sentido hacer planes a más de cinco años vista, porque el crecimiento de la tecnología de la información es impredecible, y los mecanismos del mercado libre son más impredecibles todavía. Estos nuevos jóvenes capitalistas crecieron en un mundo de planes socialistas a largo plazo que fracasaron, y no ven ninguna virtud en ningún tipo de plan a largo plazo. En todas las conversaciones que oí, apenas se hizo mención al siglo XXI.

Parece que en los últimos años el mundo se ha hecho cada vez más miope, como si el hundimiento de las economías socialistas y las victorias del mercado libre hubieran hecho ilusorias todas las visiones a largo plazo del futuro. Las voces de Onkel Bruno y del Trinity College, que intentan conservar pequeñas islas de belleza natural para nuestros nietos, parecen ser voces del pasado, apenas audibles en medio de los crecientes vientos de cambio. El diálogo público de nuestra era es principalmente un debate entre economistas del mercado libre y conservacionistas; los conservacionistas intentan preservar el pasado, los economistas del mercado libre devaluar el futuro a un tipo de descuento del siete por ciento anual. Ningún bando del debate habla pensando en el futuro.

¿Quién, en la era moderna, tiene todavía sueños que se extiendan más allá del curso de la vida de nuestros nietos? Dos voces hablan pensando en el futuro, la voz de la ciencia y la voz de la religión. Ciencia y religión son dos grandes empresas humanas que perduran a través de los siglos y nos unen a nuestros descendientes. Soy un científico, y mientras intento mirar hacia el futuro en este libro, hablo con la voz de la ciencia. Describo el pasado y el futuro desde el punto de vista científico que me es familiar. Pero no afirmo que la voz de la ciencia hable con autoridad única. La religión tiene, al menos, el mismo derecho a la autoridad a la hora de definir el destino humano. La religión se encuentra más cerca del corazón de la naturaleza humana y goza de una aceptación más amplia que la ciencia. Como la naturaleza humana de la que es reflejo, la religión suele ser cruel y pervertida. Cuando la ciencia alcanzó el poder que igualó el poder de la religión, también la ciencia se hizo con frecuencia cruel y pervertida.

El poeta W. H. Auden, que era cristiano, escribió sobre la importancia del cristianismo para el nacimiento de la literatura moderna en la Antigüedad tardía:

"A uno puede gustarle o no el cristianismo, pero nadie puede negar que fue el cristianismo y la Biblia los que hicieron que la literatura occidental se alzara de entre los muertos. Una fe que sostiene que el Hijo de Dios nació en un pesebre, se asoció con personas de humilde extracción en una provincia poco importante y murió como un esclavo, pero lo hizo para redimir a todos los hombres, ricos y pobres, libres y esclavos, ciudadanos y bárbaros, requería una manera completamente nueva de considerar a los seres humanos; si todos son hijos de Dios e igualmente capaces de ser salvados, entonces todos, con independencia de su nivel social o su talento, de su vicio o virtud, merecen la atención seria del poeta, el novelista y el historiador".

La afirmación de Auden sobre el impacto de la religión en la imagen que tenemos de nosotros mismos es fuerte. En otro lugar hizo una afirmación igualmente fuerte acerca de la importancia de la ciencia: "En tanto que organismos biológicos constituidos de materia, estamos sujetos a las leyes de la física y de la biología; en tanto que personas conscientes que creamos nuestra propia historia, somos libres para decidir qué historia será. Sin ciencia, careceríamos de la noción de igualdad; sin arte, de la de libertad".

En las culturas de fuera de Europa, otras religiones distintas al cristianismo han sido importantes para el crecimiento de la civilización. En todas partes, religión y ética están estrechamente conectadas. La conexión entre ética y ciencia es un tema importante de este libro. Podemos esperar que grupos de ciudadanos unidos por preocupaciones éticas puedan obtener la fuerza suficiente para modelar la historia en el futuro, como lo hicieron en el pasado. Pero las consideraciones éticas pueden prevalecer sobre el egoísmo miope únicamente si la voz de la religión se une a la de la ciencia. Ambas deben ser oídas, si es que nuestras elecciones éticas han de ser al mismo tiempo racionales y humanas.


Traducción de Joandomènec Ros

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12 marzo 2019

MINA
RARITÀ



RARITÀ
MINA

1. Tu senza di me
2. Johnny Kiss
3. Aiutatemi
4. Vorrei sapere perchè
5. No, non ha fine
6. Sentimentale
7. Soltanto ieri
8. Sì, lo so
9. Oui oui oui
10. Piangere un pò
11. Tutto
12. S'è fatto tardi
13. Quando ci incontriamo
14. Il tempo
15. Give Me a Boy
16. The Diary
17. Le cinque della sera

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10 marzo 2019

MÁS MALETINES
CRÓNICA

La carretera estaba desierta. Se iluminaba al paso de algún automóvil, y se desvanecía con él.

Un hombre de abrigo oscuro aguardaba desde hacía rato en la parada. Se había retrasado, y ahora el autobús parecía no querer venir.

Escuchó un ruido metálico. La tapa de una alcantarilla, cerca de él, se levantó, y distinguió la silueta de un hombre de traje negro llevando un maletín. El desconocido le sonrió y se colocó en la parada, junto a él.

–¿Lleva rato esperando?... Esta línea es una vergüenza.

El hombre del abrigo oscuro cambió su expresión de fastidio por otra de inquietud.

–Dentro hay más –añadió el hombre del traje negro, alzando la mano derecha, donde tenía el maletín–. Puede llevárselos, si quiere. Solo venga de noche y no se lo diga a nadie... salvo que no haya más remedio. Si alguien está en la parada, y le ve salir, en ese caso...

Entonces llegó el autobús, casi vacío.

El hombre del abrigo oscuro subió primero. Mientras pagaba su billete, el hombre del traje negro cruzó rápidamente por detrás.

El conductor refunfuñó, con sorna y calma, sin moverse. Era un individuo corpulento. Parecía llevar un volante de juguete, aunque había algo en él que sugería una gran agilidad, en el caso de que resolviera salir de su asiento.

El hombre del traje negro entreabrió el maletín y sacó un billete grande. El conductor hizo un gesto cansado, que parecía indicar: anda, siéntate.

En la siguiente parada, el hombre del abrigo oscuro bajó del autobús.

Por la mañana, llamaron del trabajo a su casa, y fue entonces cuando su mujer decidió avisar a la policía.

Texto de Alan



Tiberio de oro

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02 marzo 2019

INVISIBLES, ALMENDROS, LUNA
PARQUE DEL RETIRO





















Fotos de Alan



Jaume Plensa
INVISIBLES
Palacio de Cristal

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