EDITH TEMPLETON
Edith Templeton nació en Praga en 1916. Descendía, por ambas partes de su familia, de grandes hacendados checos. Vivió hasta los cuatro años en Viena, y cuando su madre resolvió separarse del padre, la llevó consigo a Praga. Se educó en el Liceo francés mientras veraneaba en el castillo de su abuela en Jirny, escenario de Summer in the Country, igual que Praga lo será de Living on Yesterday. Estudió Medicina durante tres años. Como la protagonista de su tercera novela, The Island of Desire, abandonó su país en 1938 al prometerse con un inglés, William Stockwell Templeton.
Durante la guerra, trabajó en tareas de cifrado para el ejército estadounidense establecido en Cheltenham; y más tarde como intérprete, con el grado de capitán, para las fuerzas británicas en Alemania. ‘The Darts of Cupid’ narra un episodio de esos años.
En 1956 dejó Inglaterra por India con su segundo marido, Edmund Roland, un brillante cardiólogo, médico del rey de Nepal. Se estableció después en Salzburgo, Lausana, Torremolinos, Estoril y finalmente Bordighera, en la Riviera italiana. Murió en 2006.
Edith Templeton inició su carrera literaria en los años cincuenta. Escribió historias cortas y artículos para The New Yorker, Harper’s Magazine y Vogue; las novelas Summer in the Country (1950), Living on Yesterday (1951) y The Island of Desire (1952); y un precioso y original libro de viajes, The Surprise of Cremona (1954). En 1966 apareció, bajo el seudónimo Louise Walbrook, su novela Gordon, prohibida en el Reino Unido y Alemania, y vuelta a publicar bajo su nombre en 2003. De 1992 es su última novela, Murder in Estoril, y de 2002 The Darts of Cupid, libro de relatos en su mayoría aparecidos en The New Yorker.
En 'Equality Cake' narra, durante un breve regreso a Praga, una excursión al castillo de su juventud, requisado por las nuevas autoridades. Encuentra a una mujer, encargada de la limpieza y la cocina. El cuidador no está, ni se le espera ese día, y es ella quien le acompaña en la visita por su antiguo hogar: algunas cosas han desaparecido, otras han cambiado o están siendo restauradas, tal como serían en origen. Nacida en Bohemia poco antes de la desaparición del imperio austrohúngaro, habiendo vivido desde muy temprano en diversos lugares de Europa y en India, y escrito su obra en lengua inglesa, Edith Templeton es, “como Jean Rhys, por la que siente gran admiración, una de esas singulares deracinées”, escribe Anita Brookner en el prólogo a la edición de Summer in the Country publicada por The Hogarth Press en 1985. Otro escritor que gustaba a Edith Templeton, Theodor Fontane, surge en varios de sus libros, especialmente en sus tres primeras novelas. Pero la obra de Edith Templeton, de un intenso tono personal y una certera descripción de caracteres y costumbres resulta, bajo su aparente sencillez y sofisticación, bien lúcida y universal.
London : Eyre & Spottiswoode, 1950
Bordearon el parque a una velocidad estimulante, ya que los caballos se acercaban a las cuadras. Mirando hacia atrás por encima del hombro, a través de la nube de polvo, el joven vio la masa oscura de árboles sobre el muro de piedra… debían tener cientos de años. Miró al frente de nuevo y allí seguían, por encima del muro, tan lejos como alcanzaba a distinguir. Fijó la vista en el látigo que ondulaba justo delante, en la borla trenzada de cuero color escarlata y miel, pero los árboles se erguían detrás con el silencio elocuente de las cosas vivas desconocidas. Se sintió inquieto.
–Ya casi hemos llegado –dijo el señor Birk en tono reconfortante, como si hubiera adivinado los pensamientos del joven–. Espero que no te decepcione. Espero que no te aburras. No encontrarás mucha animación, ya sabes. ¿Traes un libro contigo? No me hace falta mirarte dos veces para saber que de nada vale ofrecerte un caballo de caza ni un arma. Ja, ja. Vaya, esa cara tuya está tersa como un huevo. No hemos visto mucho viento y temporal, ¿eh?
–Tiene toda la razón, señor. Pero he traído un libro. Bastante para estos días, creo.
–Espléndido. Ahora, ¿ves la verja con los animales encima? Si eres educado, los llamarás leones. Dime, ¿cuál es el libro que tienes? Memorias de Casanova, apuesto.
–No tan malo como eso, señor Birk. En realidad… es psicología… sueños y el inconsciente.
–Ajá… debí suponer que era algo cerebral.
Los caballos torcieron por un sendero de grava en mal estado, húmedo y sombrío bajo el ramaje que se curvaba por encima de sus cabezas. Caminaron al paso. Un chillido de aves de corral llegó, sofocado por la distancia, hasta donde los dos caniches de piedra guardaban la entrada al aún invisible castillo.
–Lo sé todo sobre esa cosa. Esa psicología. Esa jerigonza moderna. Vaya, lo sé desde hace años, antes que se les ocurriera. Toma un caballo, por ejemplo. Cuando vas a saltar a caballo, se supone que primero tienes que ponerlo a medio galope para calentarlo y después saltas. Ahora bien, un principiante, lo más seguro, lo pone a medio galope y después… en el último instante… cuando encara la valla… el animal se queda clavado y lo dispara por encima de la cabeza. ¿Por qué? Porque subconscientemente, como tú dirías, el jinete tiene miedo de saltar y el caballo con su cerebro de caballo lo sabe y hace lo que el jinete realmente quiere… se queda clavado. Los caballos no son idiotas, ya sabes; siempre saben lo que tienes en la cabeza. Nosotros lo ocultamos más. Así que ya ves, Raoul, si yo fuera un caballo… dejaría de seguir conduciendo ahora… y te llevaría derecho de vuelta a la estación.
El joven palideció. Miró al viejo, la erizada cabeza blanca, los ojos claros, la nariz roja y las mejillas colgantes, la chaqueta de lino remendada y deshilachada, los pantalones de montar gastados, y abrió la boca y volvió a cerrarla.
El landó crujió sobre la avenida y el joven se preparó a encontrarse cara a cara con el castillo en cualquier momento. No sabía cómo imaginaba que sería; sólo sabía que no sería gran cosa. Los caballos doblaron el pescuezo e hicieron tintinear los arreos trotando por el empedrado del patio. El joven perdió el aliento mientras se veía lanzado una y otra vez adelante y atrás, y aún jadeaba cuando se detuvieron. Miró consternado el amplio corral, cercado en tres partes por las cuadras y los edificios anejos.
–Baja de un salto, Raoul –dijo el señor Birk–, y sube andando a la casa. Te alcanzaré allí. Me encargaré de tu maleta –señaló con el látigo por detrás del hombro. Raoul Marek se dio la vuelta y se quedó sin habla. Tras un vasto espacio semicircular de grava, en el que se alzaba un tilo colosal, vio una inmensa y torreada masa de piedra, que se extendía en alas rectangulares e irregulares a cada lado, con una torre cuadrada y numerosas torrecillas, y con tres filas de pequeñas ventanas bajo los parapetos almenados.
–No es un mal viejo lugar, ¿eh?
–No sé qué decir, señor Birk. Es fantástico. No sé cómo expresarlo.
*
Se hallaban al final de la avenida. Frente a ellos se extendía un pequeño claro con un edificio de techo plano, de tamaño lo bastante grande para sólo una habitación, y un roble crecía cerca. Le pareció al joven que nunca antes había visto un árbol tan enorme.
El sol se había puesto y una pálida luna creciente se alzaba en el cielo color pizarra.
Mientras se aproximaban, se le cortó el aliento. Vio tres pequeñas aberturas barradas, sin cristales.
–Es muy extraño, ¿no? –se volvió hacia Bettine, manteniéndose muy cerca de ella–. Esos barrotes de hierro… al principio pensé que era una casa del guarda o del jardinero… la luz es tan débil... Pero no puede ser. ¿Era quizás un cenador para la difunta esposa del señor Birk? Me habló de ella esta tarde. Estoy en su cuarto, ya sabe –soltó una risa nerviosa.
–Oh no, nada de eso –respondió Bettine–. Esta casa, o lo que quiera que sea, nunca se ha habitado que nadie recuerde. No llevamos en Kirna tanto tiempo, en realidad; la compraron mis bisabuelos… y no sabemos mucho de su historia. La adquirieron a dos viejas solteronas de la nobleza, creo; eran las últimas de esa rama. Hay algunas cadenas y cerrojos oxidados dentro del lugar. O se usaba como prisión en los viejos tiempos o quizá como un lugar para monos y otros animales salvajes. En el siglo dieciocho estaba muy en boga tener bestias exóticas.
–Sí, esa es la explicación –exclamó Raoul Marek–. Me quedo bastante aliviado, sabe usted. Más bien me dio un susto… creo que daría un susto a cualquiera, verlo aparecer tan de repente. Aunque fue tonto de mí imaginar nada. A veces uno se deja llevar por la imaginación. Ahora, cuando lo pienso, no sé cómo he podido imaginar que su tío encerró aquí a su esposa… es demasiado extraño para decirlo en palabras –sacó un pañuelo del bolsillo del pecho y se secó el rostro–. Tonto de mí –murmuró–. Y su tío es tan bondadoso de verdad. Un poco tosco por fuera, pero tan alegre realmente, y un corazón de oro. No haría daño a una mosca.
No se movieron. El rostro de ella estaba pálido y sus ojos eran muy oscuros. Tenía los labios medio abiertos en una sonrisa.
–Es tosco y alegre, como usted dice, señor Marek –dijo con lentitud–. Pero un corazón de oro… ¡Vamos! ¿Cuánto tiempo lleva practicando la ley?
–No mucho. Sólo durante los últimos dos años.
–Eso pensé. ¿Y no ha asistido a muchos procesos, verdad? ¿Lo que llamo el material humano?
–No realmente. Esa es más la parte de mi socio. Yo me dedico a cosas más técnicas. Preparación de contratos y consejo financiero.
–Ahí está. Sabía que no había tenido usted mucha experiencia con la naturaleza humana. No, tío Tony no es lo que usted llamaría bondadoso. Es de natural afable y campechano, desde luego, pero eso es distinto. Es afable mientras pueda permitírselo, mientras no le cueste nada. Sabe usted, en su corazón es un fanático y, como todos los fanáticos, no dejará que nada se interfiera en su camino.
–Me asombra usted. ¿Él… un fanático? Vaya, se aferra al antiguo régimen, desde luego… pero eso resulta sólo natural por su edad.
–Oh, no me refería a nada político. Tiene un gran amor, y es Kirna.
–Pero eso es completamente natural, señorita Bettine. Cualquiera que poseyera un lugar como este estaría enamorado de él.
–Sí, pero él va demasiado lejos –se detuvo y se humedeció los labios–. No sé por qué le estoy contando todo esto, señor Marek, pero luego, siempre es tentador hacer pedazos la inocencia… bueno, de todas formas, no diré nada de la pobre Helen; era un caso grave de melancolía. Pero él tenía tres niños; dos chicos que viven en Praga ahora. Y había una hija; una hermosa muchacha. Muy parecida a Margot en temperamento y en las facciones clásicas. Era un placer estar en su compañía. Empezó a tener complicaciones de pulmón a los diecisiete y aquello no presentaba muy buen aspecto. Los doctores aconsejaron Suiza durante al menos dos años. Sólo con que superara los veinte, decían, pasaría la línea de peligro. En aquella época estábamos apurados, señor Marek. Sé que una gran propiedad como esta se ve siempre próspera… el trigo crece y los establos están siempre llenos de ganado… pero eso es muy engañoso. Resulta siempre difícil obtener dinero en efectivo de repente, y en aquellos años la granja marchaba con una pesada pérdida. El azúcar de caña dominaba el mercado mundial y los precios de la remolacha eran demasiado altos y la remolacha no podía competir. Así era y allí estaba la muchacha enferma, y esos sanatorios de montaña cuestan una fortuna. Tío Tony no quería pedirle un préstamo a Max -el hermano que vive en Sentim- porque acababa de comprarle su parte de Kirna; no quería mostrarle que había mordido más de lo que podía masticar. Una parte de la hacienda estaba ya hipotecada, de modo que era imposible conseguir ningún dinero por ese medio. Sólo podía hacerse una cosa, y era vender algunas tierras o una parte del bosque; se indignaba de sólo pensarlo. Su hija se quedó aquí y cogió la tisis. Desapareció en seis meses. Nos destrozó el corazón. No se sabe qué hubiera ocurrido de otro modo. Podría haber muerto también, o quizá no. Pero, seguramente, cualquier otro padre le hubiera dado todo el tratamiento a su alcance.
–Es terrible, señorita Bettine.
–Lo es para nosotros. No para él, desde luego. Estamos bastante bien ahora, creo, hasta donde sé. Pero si ocurriera lo mismo, volvería a hacerlo.
*
Siguió el mismo camino por el que Bettine le había llevado la noche anterior y luego tomó un sendero a la derecha. Encontró árboles cargados de flores en forma de tulipán, del color de naranjas sanguinas, y un árbol cubierto de rizadas hojas blancas que parecían los bucles de una peluca. Había robles de piedra y otros árboles que había visto en el Mediterráneo, y arbustos que florecían con el rosa elusivo de los flamencos y extendían ramas olorosas como abanicos al cielo.
No sabía cuánto tiempo había caminado cuando llegó al pozo que llamaban Jordán. Se inclinó sobre el agua; la caperuza de piedra cortaba la luz y no pudo ver su reflejo. Olía a hondura y descomposición. Arrancó dos moras del moral. Eran de un blanco amarillento y sabían insulsas y dulces. Luego deambuló por un bosque de abedules que se extendía sobre una colina detrás del Jordán. El aire allí era fresco y sazonado y se sintió más a gusto. Vagó por lo alto de la cima, arrancando hojas de las ramas que se interponían en su camino y desenterrando con la punta del pie las setas de vistosos colores que crecían entre las raíces de los árboles. Cogió una, de un tinte blanco enfermizo, y dando vueltas al tallo entre los dedos, descubrió manchas azules donde lo había tocado, como magulladuras en la carne humana. Silbó desafiante y la arrojó. Descendió por una quebrada entre grupos de abedules y alerces y vio en el fondo de la pendiente un arroyo que corría medio oculto por sauces y helechos. Una ribera estaba veteada de flores azules y amarillas y cruzó el agua de un salto y arrancó un manojo de ellas, con las raíces. Siguió una curva del arroyo y encontró un claro en el que había dos jaulas de hierro herrumbroso. Estaban rematadas con una cúpula acabada en punta como las torres en forma de cebolla de las iglesias rusas.
A unos pasos, junto a un grupo de arbustos que crecían bajo un cedro, distinguió un arrugado andrajo de lino de un azul desteñido.
“De modo que así es como mantienen el parque”, pensó; “los lechos de rosas trazados igual que con pauta, y el diablo ocupa el interior”. Este pensamiento le divirtió tanto que una risa nerviosa se alzó en su garganta.
Se acercó unos pasos. No era un andrajo. Era un hombre, un viejo con un mono azul desteñido, encorvado en una extraña posición, medio de rodillas, medio en cuclillas. Un sombrero panamá, grande y quemado por el sol, yacía a su lado sobre el musgo.
“Lo sabía, lo he sabido siempre”, se dijo el joven. “Un hombre muerto. Un vagabundo. No, un hacendado; todos parecen iguales aquí. Pero no siento la menor agitación. Llevo demasiado tiempo esperando que suceda algo horrible”.
Se puso las flores bajo el brazo y con la otra mano sacó un pañuelo y se secó la frente, y el cuello. De pronto el cuerpo se irguió y contempló a un hombre muy viejo, derecho a pesar de su avanzada edad, de rasgos curtidos, distinguidos, y corta barba blanca. Se inclinó para recoger el sombrero, se lo puso en la cabeza, lo tocó con un dedo y dijo:
–Buen día, señor.
–Buenos días –dijo el joven.
–Estaba sólo echando un vistazo al arbusto de especia japonés –dijo el viejo–. Si quiere, puede llevarse un trozo a casa. Es algo especial. No es algo que encuentre todos los días.
–Me gustaría mucho –respondió Raoul Marek–. ¿Dónde está?
–Aquí, justo donde estoy yo –y el viejo señaló una planta que parecía un arbusto reseco, marchito, con exiguas ramas color canela y hojas parduscas. Rompió una ramita y la machacó entre los dedos y la puso bajo la nariz de Raoul Marek. Le pareció al joven que exhalaba el perfume más seductor que había olido nunca.
–¡Es increíble! –exclamó.
–Le sorprende, ¿verdad? Y todo el arbusto huele igual. No importa lo que arranque, una hoja o una rama o la raíz.
Edith Templeton, Summer in the Country
Traducción de Alan
Algunos enlaces:
Edith Templeton: "Every word of it is true."
Radio Praha, 13-8-2006
Entrevista de David Vaughan a Bernie Higgins acerca de Edith Templeton
Remembrance Of Flings Past
The New York Times, 17-2-2002
Entrevista de Maria Russo a Edith Templeton
Edith Templeton, 'Elegant Economy'
The New Yorker, 4-10-1958
Edith Templeton, 'Warning to women traveling in Italy'
Harper's Magazine, abril de 1957
Edith Templeton: "Every word of it is true."
Radio Praha, 13-8-2006
Entrevista de David Vaughan a Bernie Higgins acerca de Edith Templeton
Remembrance Of Flings Past
The New York Times, 17-2-2002
Entrevista de Maria Russo a Edith Templeton
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