16 enero 2018

LA MUJER EN LA ARENA

Fedia tenía ocho años. Una vez, en primavera, regresaba de la escuela. Su madre le abrazó y dijo:

-¿Qué llevas en la cazadora?

Llevaba un montón de figuras de madera.

-Corre y devuélvelas.

De regreso, al cruzar la plaza, Fedia se detuvo. Su madre le había dado un kópek, lo sacó y se dirigió al puesto asediado de niños.

Volvía dando brincos, sin las figuras de madera y con un coche metálico. Su madre le esperaba a la puerta.

-¿Te has llevado esto por un kópek?

Fedia contestó que sí con la cabeza.

-Esto debe costar más. Corre y devuélvelo.

Fedia jugó un instante con el coche, lo llevó y regresó con dos dulces oladi.

Su abuela andaba en la cocina, buscando las tenazas.

-A ver dónde he puesto las tenazas...

El niño salió, y se las trajo en un instante.

En verano, toda la familia partió hacia el mar, a Odessa.

Una mañana tomaron un automóvil y llegaron a una playa desconocida. Apenas había nadie. El agua estaba quieta, transparente, y el suelo era ondulado, de una arena blanda. Fedia se metió muy adentro y se puso a coger conchas.

De repente, no se le veía en ningún sitio. Lo buscaron por todas partes, pero no lo encontraban. Casi de noche apareció.

-¿Dónde te habías metido? -preguntó su madre, enfadada.

Y el niño le rodeó el cuello y la besó.

Había salido del mar, con un puñado de conchas, y había corrido hacia su madre. Las dejó caer a sus pies y dijo:

-¡Mira cuántas!

Pero cuando alzó los ojos, vio enfrente a una mujer desconocida, recostada en la arena, con un bañador negro, como el de su madre. Y al otro extremo de la playa, le pareció que estaban los suyos.

En otoño, una ardilla herida salió del bosque. Cruzó trastabillando la isba y, al llegar al camino, tropezó y quedó inmóvil. Fedia la llevó a casa.

Cuando se hubo repuesto, la ardilla iba al bosque y volvía. Y Fedia también andaba de acá para allá, de modo que se encontraban en muchos sitios.

Después de algún tiempo, en invierno, volvieron a verse. Fedia sonrió y la ardilla, de un brinco, se le subió a un hombro.

Se sentaron junto a un abedul.

-La mujer en la arena me habló de ti -le explicó Fedia.

Comieron unas nueces juntos, hasta que se hizo de noche, y luego se separaron.


Texto de Alan



Odilon Redon
El árbol rojo, 1905
Fuente

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