21 enero 2015

JURTAK

I m p r o v i s a c i ó n

Llamaron a la portezuela, en un rincón, junto al armario. No era un toctoctoc, sino como unos arañazos delgados, de escalofrío. La portezuela daba a la calle. Estaba hecha de madera de roble, en cuarterones. Tenía forma de arco, un picaporte dorado y una cerradura como una uña larga.

Juana bajó de la cama, se puso en cuclillas y abrió. Entró un pequeño tigre, con paso sinuoso. Se detuvo en medio de la alcoba, en la penumbra, y soltó un rugido, acorde con su tamaño.

–¡Juana! –llamaron, al otro lado de la puerta.

Volvió a escucharse el rugido, un poco más fuerte, como un carraspeo felino.

–¿Con quién estás?

El tigrecillo se alzó sobre las patas traseras. De pronto, estaban sobre una roca, en lo alto de un risco. La pequeña bestia tomó impulso, dio dos volteretas hacia atrás, hasta el borde, luego dos adelante, cayó sobre el hombro de Juana y se aovilló. Sus zarpas, al pincharse, producían un agradable cosquilleo. Luego saltó a un arbusto que brotaba en la pared de la roca, y se quedó colgado boca abajo. Se dejó caer al suelo, felinamente, y empezó a arañarlo, moviendo los cuartos traseros. Después se tumbó boca arriba y miró a la niña.

Juana pestañeó, mareada. Cuando abrió los párpados, estaban de nuevo en la alcoba. Junto a la portezuela entreabierta asomaba el hocico de un perro. Alguien tiró de su collar, el perro salió disparado y quedó una rendija de sol.

–¿Qué has querido decirme? –preguntó Juana– ¿Estás contento?

La pequeña bestia asintió. Luego se le escapó un gemido, apenas audible. Lo que había dicho, con su trajín, era esto: "Soy de Jurtak, en Etiopía. Tenía piernas y brazos, como tú, y tengo un corazón negro... ¿Cómo he llegado hasta aquí?".

Juana echó a andar, descalza, sobre la alfombra. Cuando llegó al borde, golpearon en la puerta, con un chapoteo de pisadas en el barro. Se detuvo, y el tigre junto al tobillo. Asomó una uña por el ojo de la cerradura. El pestillo se alzó, con un golpe seco.

–¡Valuta! –susurró Juana.

El negrito de Jurtak, transformado en tigre, se ocultó bajo la mesilla. Juana se arrebujó en la cama y cerró los ojos.

Entró una mujer, sobre unos zuecos, haciendo guiños y tanteando la pared. Se aproximó a Juana y volvió la cabeza a la portezuela abierta.

–¿Duermes?

Afuera había anochecido. La mujer torció los labios, cerró la portezuela y soltó un zueco por debajo de la mesilla. El tigrecillo se agarró a una de las patas de la mesilla; el zueco pasó rozándole, rebotó en la pared y se enfundó en el pie de su dueña.

–No olvides que mañana temprano salimos.

Se volvió y cerró la puerta.

Por la mañana, aparecieron en la estación. Valuta llevaba un vestido rojo, una bufanda y una cayada; Juana un abrigo verde, una valija grande, otra pequeña y un bolso de mano.

–¡Trae acá! –dijo Valuta.

De un tirón, le arrebató la valija grande y se puso a darle golpes contra el cambio de agujas, mientras los pasajeros subían a los coches. Al principio saltó un polvillo, luego la valija se abolló por todas partes y quedó en el centro una forma ovalada, de la que salían pequeñas manchas rojas.

Cuando se cansó de arrearle, Valuta abrió la valija: dentro vio una colmena de escarabajos, la mayoría aplastados, algunos removiéndose.

–¡Anda, sube!

Juana entró al compartimento, y oyó que Valuta, detrás de ella, cerraba la puerta. Resultó que dentro del compartimento estaba la roca sobre el risco, y muy abajo se veía una mujer, dando voces: llevaba la piel manchada de arcilla roja, un collar de mazorcas sobre los pechos desnudos, caídos, y con la mano agitaba una vara de vid.

Dentro del compartimento, sobre la roca, hacía calor. Juana abrió la valija pequeña y sacó sus ropas de verano. Luego desabrochó el bolso, y Jurtak saltó correteando...

Texto de Alan

Konstantin Flavitsky
Princess Tarakanova
Fuente: Russian Art Gallery


Boudu sauvé des eaux (1932)

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