MIRANDO AL FUTURO
FREEMAN DYSON
Los libros de divulgación científica a menudo comienzan con una anécdota de algún filósofo antiguo, o bien con un pasaje de Lewis Carroll, o H. G. Wells. En Mundos del futuro (Imagined Worlds), Freeman Dyson echa mano de su memoria:
Onkel Bruno era el tío de mi esposa, un médico rural que vivía en una gran casa de un pueblo de Alemania. Heredó la casa, junto con la práctica médica, de su padre, y permaneció en ella toda la vida. Durante aquel tiempo, Alemania estuvo gobernada por potentados de diversa índole, imperiales, republicanos, nacionalsocialistas y comunistas. Al igual que el vicario de Bray, Onkel Bruno hizo las paces con cualquier partido que estuviera en el poder y siguió adelante con su profesión. Lo visité en su casa hacia el final de su vida, cuando era ciudadano de la República Democrática Alemana. No expresó ningún entusiasmo por la sociedad comunista en que vivía, pero estaba agradecido a los comunistas porque lo dejaban en paz.
Su casa y su jardín magníficos eran el orgullo y la alegría de los últimos años de su vida. Mientras yo admiraba el gran roble que se encontraba frente a su casa, Onkel Bruno me dijo en un tono desapasionado: ‘Este árbol tendrá que talarse; ya ha pasado la plenitud de su vida’. Por lo que yo podía ver, el árbol estaba sano y no mostraba signo alguno de caída inminente. Le pregunté cómo podía atreverse a cortarlo. Me contestó: ‘Por consideración a los nietos. Este árbol durará mi época, pero no sobrevivirá a la suya. Plantaré un árbol del que gozarán cuando sean tan viejos como yo lo soy ahora’. Esperaba que sus nietos heredaran su profesión y que vivieran su vida en su casa. Así era costumbre en el mundo que conocía. Los gobiernos vienen y van, pero la familia resiste. Uno vive para sus hijos y para sus nietos. Los horizontes son largos, y es normal y natural mirar cien años hacia el futuro, el tiempo que un roble tarda en crecer.
Cuando yo era estudiante en Cambridge, Inglaterra, mi facultad tomó una decisión similar. El camino que conduce al Trinity College por el lado del río atravesaba una magnífica avenida de olmos plantados en el siglo XVIII. Los olmos todavía eran hermosos, pero habían pasado la flor de la vida. La facultad decidió, como Onkel Bruno, sacrificar el presente para el bien del futuro. La avenida fue talada y sustituida por dos hileras de larguiruchos arbolillos. Ahora, cincuenta años después, los arbolillos están creciendo hacia la madurez. La avenida vuelve a ser hermosa, y crecerá hasta la altura máxima de los árboles para cuando el siglo XXI termine. El Trinity College ha sido un gran centro de enseñanza desde su fundación en el siglo XVI, y pretende seguir siendo un gran centro de enseñanza en el siglo XXI.
En los párrafos siguientes, Freeman Dyson contrasta esta visión del futuro y la que observa entre los participantes de una reunión en Eslovenia, en 1995, el Forum de Alta Tecnología Este-Oeste:
Muchas personas vinieron de Rusia y de Europa Oriental, y un número igual de América y de Europa Occidental. Todos ellos tenían éxito y esperaban seguir teniéndolo. Vivían a todo tren. Los orientales representaban la nueva ola de ejecutivos de negocios que resurgía de las cenizas de las viejas sociedades comunistas; los occidentales representaban a empresas con la vista puesta en el futuro y que se desplazaban hacia los mercados del Este que se acababan de abrir. Los dos bandos compartían algunas premisas básicas: creían encontrarse en la cresta de la ola de la historia; creían que el futuro de la economía de libre mercado era inevitable y que ellos estaban ayudando a conseguirlo; y sus horizontes eran a corto plazo.
En el mundo de la información al que pertenecen, cinco años es mucho tiempo; las fortunas se ganan y se pierden en uno o dos años. No tiene sentido hacer planes a más de cinco años vista, porque el crecimiento de la tecnología de la información es impredecible, y los mecanismos del mercado libre son más impredecibles todavía. Estos nuevos jóvenes capitalistas crecieron en un mundo de planes socialistas a largo plazo que fracasaron, y no ven ninguna virtud en ningún tipo de plan a largo plazo. En todas las conversaciones que oí, apenas se hizo mención al siglo XXI.
Parece que en los últimos años el mundo se ha hecho cada vez más miope, como si el hundimiento de las economías socialistas y las victorias del mercado libre hubieran hecho ilusorias todas las visiones a largo plazo del futuro. Las voces de Onkel Bruno y del Trinity College, que intentan conservar pequeñas islas de belleza natural para nuestros nietos, parecen ser voces del pasado, apenas audibles en medio de los crecientes vientos de cambio. El diálogo público de nuestra era es principalmente un debate entre economistas del mercado libre y conservacionistas; los conservacionistas intentan preservar el pasado, los economistas del mercado libre devaluar el futuro a un tipo de descuento del siete por ciento anual. Ningún bando del debate habla pensando en el futuro.
¿Quién, en la era moderna, tiene todavía sueños que se extiendan más allá del curso de la vida de nuestros nietos? Dos voces hablan pensando en el futuro, la voz de la ciencia y la voz de la religión. Ciencia y religión son dos grandes empresas humanas que perduran a través de los siglos y nos unen a nuestros descendientes. Soy un científico, y mientras intento mirar hacia el futuro en este libro, hablo con la voz de la ciencia. Describo el pasado y el futuro desde el punto de vista científico que me es familiar. Pero no afirmo que la voz de la ciencia hable con autoridad única. La religión tiene, al menos, el mismo derecho a la autoridad a la hora de definir el destino humano. La religión se encuentra más cerca del corazón de la naturaleza humana y goza de una aceptación más amplia que la ciencia. Como la naturaleza humana de la que es reflejo, la religión suele ser cruel y pervertida. Cuando la ciencia alcanzó el poder que igualó el poder de la religión, también la ciencia se hizo con frecuencia cruel y pervertida.
El poeta W. H. Auden, que era cristiano, escribió sobre la importancia del cristianismo para el nacimiento de la literatura moderna en la Antigüedad tardía:
"A uno puede gustarle o no el cristianismo, pero nadie puede negar que fue el cristianismo y la Biblia los que hicieron que la literatura occidental se alzara de entre los muertos. Una fe que sostiene que el Hijo de Dios nació en un pesebre, se asoció con personas de humilde extracción en una provincia poco importante y murió como un esclavo, pero lo hizo para redimir a todos los hombres, ricos y pobres, libres y esclavos, ciudadanos y bárbaros, requería una manera completamente nueva de considerar a los seres humanos; si todos son hijos de Dios e igualmente capaces de ser salvados, entonces todos, con independencia de su nivel social o su talento, de su vicio o virtud, merecen la atención seria del poeta, el novelista y el historiador".
La afirmación de Auden sobre el impacto de la religión en la imagen que tenemos de nosotros mismos es fuerte. En otro lugar hizo una afirmación igualmente fuerte acerca de la importancia de la ciencia: "En tanto que organismos biológicos constituidos de materia, estamos sujetos a las leyes de la física y de la biología; en tanto que personas conscientes que creamos nuestra propia historia, somos libres para decidir qué historia será. Sin ciencia, careceríamos de la noción de igualdad; sin arte, de la de libertad".
En las culturas de fuera de Europa, otras religiones distintas al cristianismo han sido importantes para el crecimiento de la civilización. En todas partes, religión y ética están estrechamente conectadas. La conexión entre ética y ciencia es un tema importante de este libro. Podemos esperar que grupos de ciudadanos unidos por preocupaciones éticas puedan obtener la fuerza suficiente para modelar la historia en el futuro, como lo hicieron en el pasado. Pero las consideraciones éticas pueden prevalecer sobre el egoísmo miope únicamente si la voz de la religión se une a la de la ciencia. Ambas deben ser oídas, si es que nuestras elecciones éticas han de ser al mismo tiempo racionales y humanas.
Traducción de Joandomènec Ros
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